Desde hace años, cuando el médico pediatra Miguel Arango Soto inició una campaña contra la manipulación de pólvora por parte de los niños, la sociedad y los medios de comunicación se comprometieron con ella hasta llegar a la unanimidad. Yo mismo, en mis escritos y durante once años en la radio, he puesto todo el empeño para ayudar a difundir el mensaje.
Ahora no digan que me deschaveté, que estoy desvariando, que soy un voltiarepas, irresponsable, que si me embobé y me voy a tirar en tanto trabajo adelantado, y lo único que pido es que lean mis razones, las analicen y luego pueden decir si tengo razón o definitivamente soy una mula. La idea es que no me crucifiquen sin terminar siquiera de leer el articulito, que harto tiempo hay que dedicarle para que quede siquiera legible.
Resulta que después de tanto tiempo, tengo que desembuchar un entripao que mantengo contenido contra toda mi voluntad: Reconozco públicamente que me hace mucha falta la polvorita para celebrar las fiestas de fin de año. Espere, espere, no se salga de la ropa querido lector. Recuerde que tengo 50 años y dejé de ser niño hace poquito. Ya puedo decir que soy un adulto, no mayor, advierto, pero dejar las tradiciones es muy tenaz. Además, los niños no leen periódicos y menos las pendejadas que yo escribo, aunque algunos papás a veces les transmiten mensajes que envío para que los mocosos tomen conciencia y aterricen en la realidad. Espero, en todo caso, que nadie vaya a comentar delante de infantes que este humilde escribidor está promoviendo la tragedia de ver niños en el pabellón de quemados del Hospitalito. Con los que habrá el año entrante en las elecciones parlamentarias es suficiente, y sobra.
Empiezo por decir que nuestros mayores deben reconocer –sin desconocer que ellos fueron criados de igual manera y por lo tanto si hay que echarle la culpa a alguien no queda sino escarbar en el pasado hasta encontrar el responsable-, que entregarle una gruesa de papeletas, una de buscanigüas, cuatro pliegos llenos de totes y tres silvadores a cada mocoso mayor de siete años para que los quemara a su gusto durante la noche de celebración, es un proceder que ahora no le cabe en la cabeza a nadie. No mas la prendida del hisopo bañado en ACPM -elemento indispensable para echar los globos-, era un peligro, y peor aun la apagada que era dándole contra el pasto y pisándolo. Ni hablemos de los diablitos que hacíamos al desenvolver las velitas romanas, que eran pitillos rellenos de pólvora forrados en papel navideño, y hacer caminitos con el peligroso elemento para después prenderlo por un extremo y disfrutar de la llamarada resultante. Hago énfasis en que eso sí era una irresponsabilidad.
Lo que pasa es que los recuerdos de aquellos momentos inolvidables, de esas navidades tan auténticas y tradicionales, de la unión familiar y sobre todo del olor a marrano chamuscado y de pólvora quemada, quedó grabado en nuestra mente y al menos yo, no he podido borrarlo. Ahora es impajaritable para nosotros hacer un muñeco de año viejo al que le metemos una buena carga de pólvora. Porque no nos digamos mentiras, pero ese monigote sin el peligroso elemento es como un jardín sin flores, o como un hombre sin cachos. Compramos los elementos necesarios, conseguimos ropa vieja que no sirva ni para regalar, y la carga detonante se hace utilizando guantes de carnaza especiales, una sola persona y con todas las medidas de seguridad.
Vea hombre, es que entregarle pólvora a un niño es inconcebible, pero igual es prestarle el cuchillo de la cocina, darle un frasco de baygón para que se entretenga, o pedirle que baje una olla con agua hirviendo del fogón. Se trata de sentido común. Lo de ahora es muy distinto y un castillo o un lanza bengalas, por ejemplo, es un espectáculo muy bello para que los menores lo observen desde una distancia prudente. Y si los voladores los echa una sola persona, con mucho cuidado y sin tragos, son el resumen de toda nuestra cultura navideña y fiestera. Ni hablar de la culebra de papeletas a media noche.
Pero es que todo el mundo no tiene la misma responsabilidad y se emborrachan y olvidan las reglas, van a enrostrarme muchos. Es cierto, pero igual manejan rascaos y con toda la familia entre el carro, hacen tiros al aire o se dan machete, y no los controla nadie. Lo que pretendo es que vendan pólvora a los adultos, como el licor y los cigarrillos, que el comprador llene un formulario controlado por la ley donde pueda comprobarse que es una persona responsable y con cierto nivel cultural, y de ser necesario, que firme un compromiso ante un juez y si se quema un zambo en la casa, lo enchiqueren un año por bruto o descuidado. Si cambian las leyes para otras vainas, pues que le metan el diente a esta humilde proposición.
La pólvora es costosa y la gente ignorante gasta la plata del mercado comprándola, y una solución es que la administración municipal mande a cada comuna un espectáculo bien bonito para que lo disfruten todos. No tiene que ser nada suntuoso, sino una echada de pólvora como la de cualquier vecino, pero bien tabliada.
Ahora no digan que me deschaveté, que estoy desvariando, que soy un voltiarepas, irresponsable, que si me embobé y me voy a tirar en tanto trabajo adelantado, y lo único que pido es que lean mis razones, las analicen y luego pueden decir si tengo razón o definitivamente soy una mula. La idea es que no me crucifiquen sin terminar siquiera de leer el articulito, que harto tiempo hay que dedicarle para que quede siquiera legible.
Resulta que después de tanto tiempo, tengo que desembuchar un entripao que mantengo contenido contra toda mi voluntad: Reconozco públicamente que me hace mucha falta la polvorita para celebrar las fiestas de fin de año. Espere, espere, no se salga de la ropa querido lector. Recuerde que tengo 50 años y dejé de ser niño hace poquito. Ya puedo decir que soy un adulto, no mayor, advierto, pero dejar las tradiciones es muy tenaz. Además, los niños no leen periódicos y menos las pendejadas que yo escribo, aunque algunos papás a veces les transmiten mensajes que envío para que los mocosos tomen conciencia y aterricen en la realidad. Espero, en todo caso, que nadie vaya a comentar delante de infantes que este humilde escribidor está promoviendo la tragedia de ver niños en el pabellón de quemados del Hospitalito. Con los que habrá el año entrante en las elecciones parlamentarias es suficiente, y sobra.
Empiezo por decir que nuestros mayores deben reconocer –sin desconocer que ellos fueron criados de igual manera y por lo tanto si hay que echarle la culpa a alguien no queda sino escarbar en el pasado hasta encontrar el responsable-, que entregarle una gruesa de papeletas, una de buscanigüas, cuatro pliegos llenos de totes y tres silvadores a cada mocoso mayor de siete años para que los quemara a su gusto durante la noche de celebración, es un proceder que ahora no le cabe en la cabeza a nadie. No mas la prendida del hisopo bañado en ACPM -elemento indispensable para echar los globos-, era un peligro, y peor aun la apagada que era dándole contra el pasto y pisándolo. Ni hablemos de los diablitos que hacíamos al desenvolver las velitas romanas, que eran pitillos rellenos de pólvora forrados en papel navideño, y hacer caminitos con el peligroso elemento para después prenderlo por un extremo y disfrutar de la llamarada resultante. Hago énfasis en que eso sí era una irresponsabilidad.
Lo que pasa es que los recuerdos de aquellos momentos inolvidables, de esas navidades tan auténticas y tradicionales, de la unión familiar y sobre todo del olor a marrano chamuscado y de pólvora quemada, quedó grabado en nuestra mente y al menos yo, no he podido borrarlo. Ahora es impajaritable para nosotros hacer un muñeco de año viejo al que le metemos una buena carga de pólvora. Porque no nos digamos mentiras, pero ese monigote sin el peligroso elemento es como un jardín sin flores, o como un hombre sin cachos. Compramos los elementos necesarios, conseguimos ropa vieja que no sirva ni para regalar, y la carga detonante se hace utilizando guantes de carnaza especiales, una sola persona y con todas las medidas de seguridad.
Vea hombre, es que entregarle pólvora a un niño es inconcebible, pero igual es prestarle el cuchillo de la cocina, darle un frasco de baygón para que se entretenga, o pedirle que baje una olla con agua hirviendo del fogón. Se trata de sentido común. Lo de ahora es muy distinto y un castillo o un lanza bengalas, por ejemplo, es un espectáculo muy bello para que los menores lo observen desde una distancia prudente. Y si los voladores los echa una sola persona, con mucho cuidado y sin tragos, son el resumen de toda nuestra cultura navideña y fiestera. Ni hablar de la culebra de papeletas a media noche.
Pero es que todo el mundo no tiene la misma responsabilidad y se emborrachan y olvidan las reglas, van a enrostrarme muchos. Es cierto, pero igual manejan rascaos y con toda la familia entre el carro, hacen tiros al aire o se dan machete, y no los controla nadie. Lo que pretendo es que vendan pólvora a los adultos, como el licor y los cigarrillos, que el comprador llene un formulario controlado por la ley donde pueda comprobarse que es una persona responsable y con cierto nivel cultural, y de ser necesario, que firme un compromiso ante un juez y si se quema un zambo en la casa, lo enchiqueren un año por bruto o descuidado. Si cambian las leyes para otras vainas, pues que le metan el diente a esta humilde proposición.
La pólvora es costosa y la gente ignorante gasta la plata del mercado comprándola, y una solución es que la administración municipal mande a cada comuna un espectáculo bien bonito para que lo disfruten todos. No tiene que ser nada suntuoso, sino una echada de pólvora como la de cualquier vecino, pero bien tabliada.
3 comentarios:
bien tabliadita, estoy de acuerdo.
FELIZ AÑO, QUE ESTE NUEVO TE TRAIGA MUCHAS BENDICIONES......
Hey q pasa amiguito te demoras mucho en escribir
Publicar un comentario