Para los menores no existe una diversión, entretenimiento, juguete o cualquier otro programa mejor que bañarse en una piscina. Unos más que otros, pero es difícil encontrar alguno que no le jale a ese programa. En cambio para los adultos la piscina es el mejor adorno, es refrescante a la vista, sitio ideal para que las señoras se tiendan a broncearse, fenomenal para sentarse a su alrededor a tomar trago y chismosear con los amigos; claro que tiene el inconveniente que las damas se acuestan a leer una revistas de farándula o se tapan la cara con una visera, y cada dos minutos alguna de ellas solicita a los señores que repitan el cuento que acaban de tratar. Después de escucharlo, el resto, pero una por una, hacen la misma petición. Y a diferencia de los infantes, a los adultos poco les gusta ingresar en el agua, a no ser que haga un calor infernal o que un mocoso lo haga meter para jugar con él. Quien la utiliza para hacer deporte la aprovecha mejor, porque definitivamente es un adorno y juguete cuyo mantenimiento es costoso y no deja de presentar varios tipos de inconvenientes.
Los muchachitos pensarán que las piscinas han existido siempre y que en cualquier finca tiene que haber, así sea pequeña, porque hay que ver la desilusión que sienten cuando llegan y no la encuentran. Es bueno que sepan que ese lujo es reciente, porque cuando yo estaba pequeño la metida a la piscina era muy esporádica; en las fincas y haciendas ni pensaban en tenerlas, ya que dichos predios eran lugares para producir plata y explotar sus potenciales, pero poco interés tenían sus dueños en hacer ese tipo de inversión. Para que se entretuvieran los mocosos ahí estaba el cafetal donde podíamos jugar guerra o escondite, árboles para construir casas, caballos para montar, las caucheras para tirarle piedras a lo que se moviera, alguna quebrada para pescar bagresapos o sabaletas y otro millón de entretenimientos a los que no había que hacerles mantenimiento ni invertirles un solo peso.
Como los niños siempre han sentido una fuerte atracción por jugar con agua, en aquellas viejas fincas había algunas opciones muy llamativas. Lo primero, es que casi siempre la casona estaba construida muy cerca de un río o una quebrada; la gente le preguntaba a los viejos por qué teniendo en sus predios unos morros con una vista espectacular como para haber levantado la construcción allí, preferían un roto donde no había ninguna panorámica; ellos, con su filosofía ancestral, respondían que era mejor subir a mirar que bajar a beber. Porque recordemos que entonces no había motobombas ni nada parecido para subir el agua hasta una altura considerable; en el río hacían una improvisada bocatoma que recogía el líquido para llevarla hasta la casa por gravedad. Y lo más raro, es que a nadie le hacía daño esa agua y solo la hervían para preparar los teteros.
De manera que el baño era en el río, siempre supervisado por un adulto, y si la finca era cafetera contaba con un estanque donde se almacenaba el agua para el lavado del café, sitio ideal para disfrutar de un buen baño; poco nos importaba que dicho estanque estuviera lleno de renacuajos y malezas, porque lo único importante era tener dónde chapalear. Los más acomodados construían en el patio una alberca, que es la misma piscina pero sin enchape de baldosa, ni andenes de granito alrededor y mucho menos planta de purificación; por lo tanto había que echarle una buena lavada con cepillos y bastante jabón antes de llenarla y ese programa era mejor que el mismo baño posterior. Luego, como novedad, empezaron a llegar las piscinitas de inflar donde nos entregaban una manguera con un buen chorro de agua helada, y no había mejor entretención que esa para la tropa de muchachitos.
En cambio en las haciendas ganaderas había un peligro inminente que causó muchos accidentes mortales, y era el famoso baño de garrapaticida que consistía en un corral con un embudo, en el cual construían un estanque lleno de agua con veterina o los químicos necesarios para que la res pasara nadando y así quedaba impregnada. Pero en cualquier descuido, un pequeño se arrimaba a jugar con el agua y al caer al pozo, se ahogaba inexorablemente porque el piso estaba lleno de lama y no había de donde prenderse para ponerse a salvo.
Ahora los inconvenientes. Los papá del niño que no sabe nadar deben estar a toda hora echándole ojo y después de una noche de trago y parranda, muy madrugados salen a perseguir al muchachito para que no se arrime al agua; en las fincas yo abro el ojo a las diez de la mañana y cuando me levanto, los veo más aburridos que el diablo bostezando y ojerosos. Los progenitores deben almorzar por turnos porque mientras el uno bolea cuchara, el otro debe supervisar la piscina. Nada más jarto que un culicagao gritando cada segundo para que vean la maroma que aprendió a hacer, y el peligro que representa cuando empiezan a tirarse dando vueltacanelas y saltos mortales, porque la cabeza les pasa a centímetros del borde. Como contraprestación, no existe mejor solución para que a los zambos les dé hambre y duerman como angelitos.
Los muchachitos pensarán que las piscinas han existido siempre y que en cualquier finca tiene que haber, así sea pequeña, porque hay que ver la desilusión que sienten cuando llegan y no la encuentran. Es bueno que sepan que ese lujo es reciente, porque cuando yo estaba pequeño la metida a la piscina era muy esporádica; en las fincas y haciendas ni pensaban en tenerlas, ya que dichos predios eran lugares para producir plata y explotar sus potenciales, pero poco interés tenían sus dueños en hacer ese tipo de inversión. Para que se entretuvieran los mocosos ahí estaba el cafetal donde podíamos jugar guerra o escondite, árboles para construir casas, caballos para montar, las caucheras para tirarle piedras a lo que se moviera, alguna quebrada para pescar bagresapos o sabaletas y otro millón de entretenimientos a los que no había que hacerles mantenimiento ni invertirles un solo peso.
Como los niños siempre han sentido una fuerte atracción por jugar con agua, en aquellas viejas fincas había algunas opciones muy llamativas. Lo primero, es que casi siempre la casona estaba construida muy cerca de un río o una quebrada; la gente le preguntaba a los viejos por qué teniendo en sus predios unos morros con una vista espectacular como para haber levantado la construcción allí, preferían un roto donde no había ninguna panorámica; ellos, con su filosofía ancestral, respondían que era mejor subir a mirar que bajar a beber. Porque recordemos que entonces no había motobombas ni nada parecido para subir el agua hasta una altura considerable; en el río hacían una improvisada bocatoma que recogía el líquido para llevarla hasta la casa por gravedad. Y lo más raro, es que a nadie le hacía daño esa agua y solo la hervían para preparar los teteros.
De manera que el baño era en el río, siempre supervisado por un adulto, y si la finca era cafetera contaba con un estanque donde se almacenaba el agua para el lavado del café, sitio ideal para disfrutar de un buen baño; poco nos importaba que dicho estanque estuviera lleno de renacuajos y malezas, porque lo único importante era tener dónde chapalear. Los más acomodados construían en el patio una alberca, que es la misma piscina pero sin enchape de baldosa, ni andenes de granito alrededor y mucho menos planta de purificación; por lo tanto había que echarle una buena lavada con cepillos y bastante jabón antes de llenarla y ese programa era mejor que el mismo baño posterior. Luego, como novedad, empezaron a llegar las piscinitas de inflar donde nos entregaban una manguera con un buen chorro de agua helada, y no había mejor entretención que esa para la tropa de muchachitos.
En cambio en las haciendas ganaderas había un peligro inminente que causó muchos accidentes mortales, y era el famoso baño de garrapaticida que consistía en un corral con un embudo, en el cual construían un estanque lleno de agua con veterina o los químicos necesarios para que la res pasara nadando y así quedaba impregnada. Pero en cualquier descuido, un pequeño se arrimaba a jugar con el agua y al caer al pozo, se ahogaba inexorablemente porque el piso estaba lleno de lama y no había de donde prenderse para ponerse a salvo.
Ahora los inconvenientes. Los papá del niño que no sabe nadar deben estar a toda hora echándole ojo y después de una noche de trago y parranda, muy madrugados salen a perseguir al muchachito para que no se arrime al agua; en las fincas yo abro el ojo a las diez de la mañana y cuando me levanto, los veo más aburridos que el diablo bostezando y ojerosos. Los progenitores deben almorzar por turnos porque mientras el uno bolea cuchara, el otro debe supervisar la piscina. Nada más jarto que un culicagao gritando cada segundo para que vean la maroma que aprendió a hacer, y el peligro que representa cuando empiezan a tirarse dando vueltacanelas y saltos mortales, porque la cabeza les pasa a centímetros del borde. Como contraprestación, no existe mejor solución para que a los zambos les dé hambre y duerman como angelitos.
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