miércoles, octubre 29, 2014

¡Estoy inmunda! (II).

Si una mujer se levanta de malas pulgas es mejor no abrir la boca, porque cualquier comentario puede convertirse en garrotera. Sobre todo si está inconforme con su aspecto y preciso debe arreglarse para asistir a un evento donde precisa verse muy bien; porque aunque supuestamente ella se esmera en su apariencia para lucir atractiva a las miradas masculinas, en realidad se interesa más por el veredicto que viene de sus congéneres. Cualquier invitación le causa ansiedad y angustia mientras resuelve qué ponerse, escogencia que depende del tipo de ágape; si es elegante, informal, al aire libre, según la hora, etc. Con anticipación acomoda prendas encima de una cama como simulación de mudas posibles.

Si la señora tiene modo simplemente compra el trusó necesario, con cartera, calzado y accesorios. Quien no puede permitirse ese gasto empieza con tiempo a conseguir prestado con familiares y amigas de confianza, porque a ellas nunca les satisface lo que tienen en el closet. Varios días antes del compromiso empieza el desfile para medirse las diferentes opciones, casi siempre de noche. Entonces aparece ante el marido, quien mira concentrado el televisor, para que dé el visto bueno. Él asegura que está bien, de afán para no perder el hilo del programa, actitud que la ofende y por ello sale furiosa a ensayar otra muda.

Durante horas se mide, camina en puntillas para evitar el taconeo, se para frente al espejo y detalla su trasero, insiste con el marido para que opine y por fin se decide; claro que falta consultar con las amigas, quienes por teléfono le darán un dictamen acerca de su escogencia. Debido al clima caluroso opta por ropa ligera y chanclas, muy elegantes por cierto, pero preciso ese día amanece toldado y frío, y cuando a media mañana empieza a lloviznar se enfurece porque ahora no sabe qué camino coger. Entonces uno, de sapo, trata de tranquilizarla al decirle que no se preocupe, que siga con su plan y simplemente lleve un saquito para el frío. ¿Un saco?, ahí está usted pintado –comenta airada-, como si fuera tan fácil. ¡Los hombres sí son…!

Para depilarse existe la opción del especialista que aplica rayos laser para desaparecer los vellos de forma permanente. Otra técnica es la cera, aterradora porque consiste en arrancarlos a los jalones y eso incluye rincones de la anatomía bastante sensibles. El resto recurre a la “Prestobarba” y en la ducha se afeitan donde corresponda, mientras que para las cejas prefieren las pinzas tradicionales. Quienes prefieren arreglarse las uñas lo hacen tarde en la noche, cuando no queden oficios pendientes, porque después de echarse la primera capa quedan inhabilitadas.

Lo último antes de vestirse es la maquillada, que ya dominan, y solo queda pendiente lo más complicado: el arreglo del pelo. Aunque fue a la peluquería hace poco y en principio quedó feliz con lo que le hicieron, ya no le agrada el resultado y mientras se detalla masculla insultos contra el mariquetas de turno: porque le dejó el pelo muy claro y con un corte que no sabe manejar. Y empieza el julepe con el secador y el cepillo, para un lado, para el otro, que este cachumbo no me asienta y el pelo de atrás no voltea.

Las mujeres son esclavas de togas, extensiones, chocoliss, acondicionadores, tinturas, iluminaciones, masajes capilares, cremas reconstituyentes y demás tratamientos, mientras que uno se levanta tarde, desayuna, lee el periódico, se mete al baño y prontico está arreglado. Por fin salen y mientras bajan en el ascensor, ella se mira por última vez en el espejo y reitera: ¡Estoy inmunda!

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