miércoles, octubre 29, 2014

Paseos escolares.

Lo que sucedió a los estudiantes que naufragaron en el río Amazonas cuando disfrutaban de la semana de receso no deja de ser un lamentable accidente; y estos ocurren sin previo aviso, a cualquier hora, sin importar las circunstancias. Entonces salen los medios de comunicación a buscar un culpable, el fiscal promete una investigación exhaustiva, el Congreso convoca a debate para aclarar el incidente, el defensor del pueblo mete basa y pasados los días, cuando ocurre algo peor, el asunto se olvida definitivamente. Algunos compañeros y amigos de la muchacha fallecida la recuerdan con cariño, pero solo la familia queda con el dolor inmenso de la pérdida.

Que una de las lanchas iba sin luces, la otra sin permiso, que salieron más temprano de lo permitido y otras tantas infracciones, lo cual es el común denominador en un país donde nadie cumple las normas. Si en las principales ciudades todo el mundo hace lo que le da la gana, qué podemos esperar de un territorio olvidado, en medio de la nada. Además, a las tres de la mañana está igual de oscuro que a las cinco, y que se encuentren dos lanchas de frente, en semejante inmensidad de río, es una desafortunada casualidad. Ahora en muchos colegios resolvieron suspender los “viajes pedagógicos” a esa región, dizque para evitar una tragedia. Como quien vende el sofá…

Y así los llamen viajes pedagógicos, salidas académicas o trabajos de campo, no dejan de ser paseos donde los jóvenes dan rienda suelta a una libertad que no tienen en sus hogares. Se pasan por la galleta a los profesores acompañantes para tomar trago, fumar marihuana y volarse de noche para irse de rumba. Quien desconozca esa realidad es que no ha vivido. Otra cosa que llama mi atención, es que les ha dado por decirles niños a unos jóvenes de 17 y 18 años que tiene más espuela que cualquiera; y las niñas son unas señoritingas hechas y derechas. De milagro no suceden más tragedias, porque son miles los paseos de ese tipo donde son comunes los excesos y el peligro acecha.

Durante el bachillerato nos llevaban a un paseo al año. En un bus alquilado salíamos madrugados para el zoológico de Pereira, con don Abraham Cardona como acompañante, y en una parada para entrar al baño comprábamos de contrabando cervezas Carla, novedosas por el envase no retornable. Nos las tomábamos al escondido del profesor y al bajarnos en el zoológico ya íbamos con la risa floja; allá mamábamos gallo, jodíamos al por mayor y poco nos faltaba para meternos a la jaula del tigre. Luego seguíamos hacia Cartago, al balneario La Esperanza, donde disfrutábamos la piscina toda la tarde y a ratos les arrastrábamos el ala a algunas bandidas que llegaban al sitio, que por ser día de semana casi siempre estaba vacío.

Ahora en los colegios más cachacos inventaron un destino diferente para cada curso –La Guajira, Gorgona, San Agustín, Amazonas- y para la excursión de los que se gradúan varía el destino según el estrato del plantel: A Santa Marta en bus; San Andrés con Plan 25; Panamá y Punta Cana; Buenos Aires y los más encopetados de Bogotá se van de correría por Europa. Eso sin hablar de los viajes a participar en competencias deportivas, en avión y a hotel cinco estrellas. Colegios donde la pensión mensual de un estudiante cuesta millón y medio de pesos, y además deben costearle estos adicionales que se vuelven casi obligatorios. Porque así muchos papás no tengan plata para mandarlos, cómo no darles ese gusto a los niños… Va y se frustran.

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