miércoles, octubre 29, 2014

¡Estoy inmunda! (I).

La vanidad es innata del ser humano y aunque varía según el género, son pocos a quienes no les importa cómo se ven. Desde pequeñitas las bebés intentan peinarse frente al espejo, juegan a maquillarse y piden a la mamá que les pinte las uñas. En cambio los hombres empiezan a preocuparse por su apariencia cuando púberes incursionan en el juego de la coquetería. En la actualidad ha incrementado la vanidad en los varones hasta llegar a extremos, como los metrosexuales, que acuden al salón de belleza para corte de pelo, arreglo de uñas, mascarillas y tratamientos para la piel. En el vestir también hay cambios porque antes todos andábamos desgualetados, con ropa sencilla y barata, y ahora muchos prefieren prendas de marca y a la medida; y las gafas finas y a la moda, la billetera y el cinturón hacen juego, y varios pares de zapatos completan el ropero.

Las mujeres son vanidosas sin importar la ocasión y recuerdo que mi madre no le abría la puerta a un domicilio sin pasarse el cepillo por la cabeza y aplicarse colorete; y a las hijas, sobrinas o nueras que lo necesitaran, les decía con prudencia que se hicieran algún beneficio. Porque no cabe duda de que no hay mujeres feas sino mal arregladas y son pocas las que pueden salir a la calle con la cara lavada, sin gota de maquillaje.

Quien conviva con una pareja femenina está acostumbrado a unos rituales muy definidos. Todas coinciden en su arreglo personal y los hombres debemos ser prudentes para evitar encontrones, porque el descontento con su figura les genera mal genio y depresión. Con frecuencia se levantan de mala vuelta y después de entrar al baño, de pronto exclaman: ¡Estoy inmunda! Y hacen carantoñas, se arriman al espejo, giran un poco y se observan de cuerpo entero, estiran la piel de la cara para disimular las arrugas, abren la boca y observan sus dientes, hasta que deciden no mirarse más y al salir comentan que definitivamente no tienen remedio.

De la vanidad se lucran industrias y profesiones, porque aunque son productos y tratamientos costosos, las personas destinan parte de sus recursos para mejorar la figura. Cremas, lociones, pomadas y demás ungüentos se venden como pan caliente, y los procedimientos dermatológicos son innumerables. A diario aparecen técnicas novedosas, equipos avanzados y medicamentos especializados que ofrecen soluciones a problemas de la piel; además, para muchas personas la vanidad se convierte en una obsesión.

También está la visita al esteticista que ofrece innovadores procedimientos que sobre el papel no representan ningún riesgo, pero que con frecuencia fallan y las consecuencias son devastadoras; porque la ansiada belleza puede convertirse en una deformación permanente. Productos como el Botox (toxina botulínica), utilizado como medicamento para tratamientos neurológicos, ahora se aplica como solución temporal a las arrugas; muchas abusan de sus bondades y quedan irreconocibles porque pierden las líneas de expresión.

Cuento aparte son las cirugías estéticas y es increíble que mujeres bonitas abusen del quirófano hasta cambiar su fisonomía, con tal de buscar una perfección que jamás alcanzarán. Esas que nunca están satisfechas con su imagen y además sienten un terror visceral ante el envejecimiento. Es natural que sin importar la edad las mujeres quieran verse bien, pero que lo hagan de una manera acorde a su condición porque se ven ridículas aquellas que imitan las modas de las más jóvenes; se visten como tales y se peinan igual. Hay que envejecer con dignidad y las “cuchibarbis” deben tener claro que los años no perdonan, y que aunque la mona se vista de seda…

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