Escasas son las entidades o
empresas donde aún puede uno llamar por teléfono y que le conteste una persona
de carne y hueso, quien atiende su inquietud y de ser necesario lo comunica con
la persona indicada. Así era en todas partes hasta hace relativamente poco,
cuando todavía existían las recepcionistas, esas mujeres cálidas y simpáticas
que con su amabilidad hacían llevadera la espera que fuera necesaria. Uno
llamaba por ejemplo al banco y quien contestaba lo saludaba por su nombre, le
hacía algún comentario agradable y después lo comunicaba con el funcionario
encargado de atender su caso.
Siempre que en una conversación
se toca el tema de los empleos que han sido remplazados por máquinas, esgrimo
como ejemplo el de recepcionista para demostrar que no siempre es más efectivo
el sustituto electrónico. Porque nada más detestable que esos aparatos de ahora
que responden llamadas y lo pasean a uno por menús y opciones, los cuales por
extensos que sean nunca tienen precisamente el asunto que uno quiere plantear. La
más reciente experiencia al respecto la tuve cuando el sistema de marras me
hizo saltar chispas, con el agravante que al final no logré solución alguna.
El banco hace el pago automático
de facturas de servicios públicos, efectivo sistema que solo requiere confirmar
en el extracto la operación, porque de vez en cuando se presentan
inconvenientes y a quien no esté pendiente pueden suspenderle el servicio por
falta de pago. Eso me sucedió hace poco con la factura del gas y solo me di
cuenta cuando llegó acumulada con la del mes siguiente, la cual advertía además
que de no pagarla en la fecha establecida, sería cortado el suministro unas
horas después. Entonces procedí a llamar a la empresa para que me explicaran
cuál era el problema, pero me respondió una grabación que ofrecía un extenso
menú, aunque ninguna de las opciones servía para lo que yo necesitaba. Después
de saltar de tecla en tecla pude comunicarme con un asesor.
Ahí toca oír una sarta de
publicidad institucional hasta que por fin contesta un ser humano, con un
sonsonete que no se entiende ni la mitad de lo que dice. Después de presentarse
suelta una retahíla acerca de la empresa y sus servicios, y por último pregunta
con quién tiene el gusto de hablar. Entonces aprovecho que suelta la palabra
para decirle mi nombre y desembuchar la inquietud que tengo, y cuando espero
una respuesta clara y precisa el tipo pregunta por el número de cédula. También
quiere saber la dirección completa, la ciudad donde resido, el número del
teléfono celular y del fijo, para después preguntar por el motivo de mi
llamada.
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