Hoy en día debemos tener cuidado
al conversar porque se han impuesto una cantidad de eufemismos que remplazan
las palabras con las que nos criamos, las mismas que en su momento se
pronunciaban sin querer agraviar a nadie en particular. Antes hablábamos sin
misterios y como cada quien tenía un oficio o condición, a él nos referíamos
con el vocablo preciso, sin buscar molestarlo u ofenderlo. Claro que el idioma ha
evolucionado con el paso del tiempo, pero cuando alguien prefiera usar las palabras
de antes nadie debería incomodase.
Porque ahora resulta que si uno
se refiere a un negro lo tachan de racista, de excluyente e inhumano. Así el
fulano sea azabache como un carbón, la palabra que corresponde a ese color es
prohibida y para remplazarla están afroamericano, si es en Gringolandia, y
afrocolombiano para el paisano nuestro; también aceptan referirse a comunidad
afro o afrodescendiente. En todo caso dígale morocho, de pelo quieto o como
quiera, pero no mencione el color aquel porque se lo traga la tierra. No es lo
mismo si un fulano de raza blanca visita la costa pacífica y un nativo se
refiere a él como blanco; ahí no pasa nada.
Antaño en las casas de familia
contrataban dos empleadas, para la cocina y el oficio de la casa, conocidas
como cocinera y entrodera; pero en general todos se referían a ellas como las sirvientas.
Hoy son empleadas domésticas, asistentes del hogar, mucamas y a la encargada de
preparar la comida le dicen dizque manipuladora de alimentos. No entiendo por
qué si estas mujeres lo que hacen es servir, se sienten ofendidas y
atropelladas si las llaman sirvientas. Toda la vida se le ha dicho chofer a
quien conduce un vehículo, pero con más énfasis a los encargados de desempeñar
ese oficio. Ahora son conductores o profesionales del volante, sin importar que
se trate de un guache con camiseta esqueleto, tatuajes y aretes, quien
sintoniza en su taxi champeta y reguetón.
Desde siempre se le dijo niño al
individuo hasta los doce años, luego era conocido como púber cuando presentaba
bozo e’lulo, la cara llena de barros y espinillas, y pollironco por el cambio
en la voz; a esa etapa de la vida le dicen “caca de gato”, porque los mocosos
de ambos sexos se tornan detestables, feos y antisociales. Luego entraba a la
adolescencia al cumplir quince años y empezaba a sentirse grande, el cuerpo
embarnecía y se referían a él como piernipeludo. Mientras tanto con las
muchachitas la cosa era más complicada, porque las unas lloraban por tetonas y
las otras porque parecían una tabla; la que tenía el pelo liso lo quería
encrespado, y viceversa; unas por gordas, otras por flacas, por altas, por
paturras… Pues ahora saltan de infantes a gomelos y les dicen niños hasta los
30 años.
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