viernes, julio 31, 2015

Cuando no te toca…

Contrario a quienes encuentran la muerte de una manera inverosímil, otros se le puchan a diario y siguen tan campantes. Tampoco obsesionase con los peligros, como sucede con madres sobreprotectoras, quienes no permiten al hijo vivir con tal de alejarlo de todo riesgo. Sin ser osado debe llevarse una existencia normal y dejar que sea el destino el que decida; muy claro reza el dicho: ‘Cuando no te toca, aunque te pongas’.

A mediados de la década de 1980 la Aeronáutica Civil instaló en la cabecera de la nueva pista de aterrizaje en La Nubia unas luces AVASI, las cuales ayudan a los pilotos en el momento de la aproximación. Si la operación se hace en el ángulo correcto ve las luces de cierto color, pero si está más alto o más bajo los colores cambian. Después de los trabajos en tierra seguía la calibración de los equipos, operación que adelantaban los técnicos desde un pequeño avión destinado para tal fin.

Por esos días regía el Ideca, ente departamental propietario del aeropuerto, un señor de apellido León, quien aprovechó para que le dieran una palomita en la avioneta de marras; consistía en despegar de La Nubia, hacer un giro sobre la ciudad y aterrizar de nuevo. Pues preciso en ese vuelo algo falló al momento de tocar tierra y la avioneta golpeó con la trompa la cabecera de la pista, con la fortuna que por centímetros no se destrozó sino que alcanzó a seguir por el asfalto en medio de un chispero; destrozados quedaron la hélice, el tren de nariz y toda la parte inferior del motor. No acababan de salir los ocupantes del aparato accidentado cuando llegamos los noveleros, y recuerdo bien la cara de susto de León; la verdad ese día se salvaron por los pelos.    

Rememoro otro accidente increíble. Transcurría un sábado tranquilo, con pocos pasajeros, y uno de los Twin Otter con base en La Nubia realizaba uno de los tantos vuelos que nos comunicaban a diario con Bogotá. La tripulación era manizaleña y después de mediodía se alistaban para partir de Eldorado, pero debieron esperar porque faltaba un pasajero del total registrado en la planilla. A los pocos minutos procedieron a cerrar la puerta del avión, encendieron motores, se retiró el personal de tierra y solo quedaba iniciar el carreteo.   

En esa época los pasajeros debían caminar unos 50 metros por la plataforma hasta donde parqueaban los aviones y de pronto apareció el pasajero retrasado como un bólido, con el cuello arriba para no mojarse con la llovizna y la mirada baja. Ambos tripulantes lo vieron venir y supusieron lo que pasaría, por lo que el piloto apagó el motor izquierdo; así las palas de la hélice se giran y dejan de cortar el aire, aunque seguían a gran velocidad cuando el señor se les metió de frente.

El golpe fue brutal, el fuselaje salpicado de sangre, las tres palas de la hélice dobladas y el personaje boca abajo con la cabeza destrozada en medio de un charco pestilente. Impresionados desocuparon el avión mientras los pilotos y el personal esperaban la llegada de las autoridades, y en esas el accidentado empezó a moverse. Pensaron que eran estertores, pero ¡oh! sorpresa cuando los paramédicos constataron que estaba vivo. Por fortuna todo el daño fue de tejidos blandos y recuerdo que poco tiempo después viajó de nuevo, con la cabeza calva llena de costuras; parecía una pelota de béisbol. Ambos tripulantes debieron presentarse durante varias semanas en una inspección de policía en Fontibón, y nadie sabía para qué. Esta justicia nuestra tan acuciosa.

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