Encuentro en la televisión por
cable unos pocos canales que valen la pena, algunos de ellos dedicados a
mostrarnos el mundo: culturas, tradiciones, razas y paisajes; gastronomía,
folclore y rarezas que instruyen y amplían nuestras fronteras. Muestra clara de
lo distintos que somos los seres humanos y que definitivamente entre gustos no
hay disgustos. Por eso llamó mi atención cuando a escala mundial promocionaron
una feria en una ciudad de China, donde se realiza el festival de la carne de
perro, y por estas latitudes las voces de protesta se oyeron con fuerza. ¿Dónde
dice acaso que uno puede mascarse cualquier otro animal, pero comerse un perro
es una aberración imperdonable?
Con frecuencia encuentro rechazo de
algunos contactos en las redes sociales respecto a comentarios, ácidos algunos,
de la íntima relación que mantienen con sus mascotas. Así sea repetitivo
insisto en que respeto el gusto de cada quién, pero que llama mi atención lo
distinto que es tener un animal en un hogar actual, comparado a los que
manteníamos ahora años en el patio de la casa. Hay que ver lo que invierten en
el sostenimiento de un perro o un gato, los cuidados que le dedican, los
privilegios y beneficios; en el mercado ofrecen infinidad de productos que invitan
al consumidor a comprar, tales como pañitos húmedos para mascotas. ¡Qué tal!
Otro día sigo un programa que
muestra mascotas extrañas y después de verlo quedo aterrado. Si me parece
incómodo mantener a una mascota tradicional en estos apartamentos tan estrechos,
qué decir de escoger un marrano como acompañante. Será porque crecí viendo los
cerdos en la cochera, revolcados en el lodo y la porquería, dedicados a tragar ‘aguamaza’
y a engordar para ser sacrificados en Navidad, que me da ‘escaramucia’ pensar
que un chancho se pasee libre por mis aposentos; porque el puerco de marras se
sube a las camas para que le soben el tocino.
Ahora es común ver a la gente sacar el perrito a que desocupe
el intestino, por fortuna con una bolsa plástica en la mano, listos a recibir
el desecho directo desde el correspondiente agujero. Entonces pienso cómo será
con un marrano, con semejantes plastas que acostumbran; o el día que al bicho
le de una urgencia y evacúe en el tapete de la sala, para después echarse
encima del bollo a revolcarse un rato. Mejor dicho, que llamen a los bomberos.
Otra vieja comparte su apartamento con tres serpientes pitón
de un tamaño descomunal, con las que duerme enroscadas como si fueran sus
amantes; qué tal el día que un bicho de esos amanezca de mala vuelta, o que
alguna se pase de revoluciones al momento de abrazarla. La mascota de otro
fulano es un lagarto inmenso al que pasea con una traílla como si tal, lo
acaricia, le hace mimos y hasta le da besos en la jeta. Y como el consumismo no
tiene límites, se inventaron un negocio para disecar mascotas cuando les llegue
la hora; los dejan acomodados como si estuvieran vivos e hicieran la siesta,
para que el amo pueda sobarlos y conversarles.
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