viernes, julio 31, 2015

Mascotas extrañas.

Encuentro en la televisión por cable unos pocos canales que valen la pena, algunos de ellos dedicados a mostrarnos el mundo: culturas, tradiciones, razas y paisajes; gastronomía, folclore y rarezas que instruyen y amplían nuestras fronteras. Muestra clara de lo distintos que somos los seres humanos y que definitivamente entre gustos no hay disgustos. Por eso llamó mi atención cuando a escala mundial promocionaron una feria en una ciudad de China, donde se realiza el festival de la carne de perro, y por estas latitudes las voces de protesta se oyeron con fuerza. ¿Dónde dice acaso que uno puede mascarse cualquier otro animal, pero comerse un perro es una aberración imperdonable?

Con frecuencia encuentro rechazo de algunos contactos en las redes sociales respecto a comentarios, ácidos algunos, de la íntima relación que mantienen con sus mascotas. Así sea repetitivo insisto en que respeto el gusto de cada quién, pero que llama mi atención lo distinto que es tener un animal en un hogar actual, comparado a los que manteníamos ahora años en el patio de la casa. Hay que ver lo que invierten en el sostenimiento de un perro o un gato, los cuidados que le dedican, los privilegios y beneficios; en el mercado ofrecen infinidad de productos que invitan al consumidor a comprar, tales como pañitos húmedos para mascotas. ¡Qué tal!

Otro día sigo un programa que muestra mascotas extrañas y después de verlo quedo aterrado. Si me parece incómodo mantener a una mascota tradicional en estos apartamentos tan estrechos, qué decir de escoger un marrano como acompañante. Será porque crecí viendo los cerdos en la cochera, revolcados en el lodo y la porquería, dedicados a tragar ‘aguamaza’ y a engordar para ser sacrificados en Navidad, que me da ‘escaramucia’ pensar que un chancho se pasee libre por mis aposentos; porque el puerco de marras se sube a las camas para que le soben el tocino.       

Ahora es común ver a la gente sacar el perrito a que desocupe el intestino, por fortuna con una bolsa plástica en la mano, listos a recibir el desecho directo desde el correspondiente agujero. Entonces pienso cómo será con un marrano, con semejantes plastas que acostumbran; o el día que al bicho le de una urgencia y evacúe en el tapete de la sala, para después echarse encima del bollo a revolcarse un rato. Mejor dicho, que llamen a los bomberos.

Otra vieja comparte su apartamento con tres serpientes pitón de un tamaño descomunal, con las que duerme enroscadas como si fueran sus amantes; qué tal el día que un bicho de esos amanezca de mala vuelta, o que alguna se pase de revoluciones al momento de abrazarla. La mascota de otro fulano es un lagarto inmenso al que pasea con una traílla como si tal, lo acaricia, le hace mimos y hasta le da besos en la jeta. Y como el consumismo no tiene límites, se inventaron un negocio para disecar mascotas cuando les llegue la hora; los dejan acomodados como si estuvieran vivos e hicieran la siesta, para que el amo pueda sobarlos y conversarles.

Qué papel juega una iguana en un acuario, un perro atrapado en un apartamento o un gato sin poder salir a hacer sus rondas nocturnas. A eso llamo maltrato animal, cuando el egoísmo del ser humano está por encima de la autonomía de los animales, de permitirles vivir en su ambiente con libertad y la posibilidad de compartir con otros de su especie. Basta imaginar que una jauría de lobos se enamore de uno y lo lleve a vivir con ellos a su madriguera.

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