Aunque respeto los gustos de los
demás me parece increíble que a muchos no les gusten las frutas y las verduras;
inclusive conozco algunos que tampoco comen hortalizas. Dietas basadas en carne
asada, papas fritas, tajadas de plátano y sancocho, además de todo lo que envíen
a domicilio, alimentos que en su mayoría conforman una dieta poco saludable y
desbalanceada. Tampoco quieren oír hablar de los jugos de frutas naturales y en
cambio prefieren las gaseosas y demás bebidas artificiales, aparte del gusto
por batidos, helados y malteadas.
Es común que los papis por hacer
bonito hagan feo, como cuando crían a sus retoños dándoles gusto en todo lo que
prefieran y por lo tanto no les enseñan a alimentarse bien. Infantes que
empiezan a tener dificultades cuando los invitan a comer a otra casa porque con
seguridad no les va a gustar lo que sirvan en la mesa, situación que se
convertirá en una cabecera cada que les resulte un programa por fuera de su
entorno. Después viajan a otra ciudad a estudiar en la universidad y deben
vivir solos, sin la mamá dispuesta a atenderles todas sus demandas y resabios, y
sin saber preparar un huevo o lavar un calzón; seguro van a lamentar no haber
recibido la instrucción necesaria.
Por fortuna crecí en un hogar donde
nos enseñaron desde chiquitos a comer de todo, a no poner perinola en la mesa,
ayudar en la cocina y defendernos en los oficios de la casa; mi madre no podía
con semejante carga y por lo tanto necesitaba nuestra colaboración. Una educación
básica como esa se agradece toda la vida, además porque nos inculcaban
disciplina y reglas de comportamiento.
Para mi gusto las frutas son parte
esencial de la dieta diaria, pero no solo por su sabor o frescura, sino por la
importancia que representan para la digestión y la nutrición. Durante la niñez
cogíamos las frutas directamente de los árboles y en las fincas las más comunes
eran las naranjas –ombligonas, limas, toronjas-; los limones –de cáscara
gruesa, mandarinos, pajarito-; las mandarinas –de varios tamaños y sabores-; guayabas
agrias y dulces; zapotes, mangos, guamas, chulupas; grosellas, madroños,
corozos; y lo que hubiera disponible en esos bellos bosques que servían de
sombra al café.
La fruta comodín era el banano, porque
colgaban un racimo en el comedor de la finca y cada que un muchachito decía
tener hambre, le daban uno mientras era hora de las comidas; la mayoría de las
sopas se acompañaban con un banano y en época de vacaciones mi mamá los pelaba,
los engarzaba en un palo y al congelador. Después los repartía a la hora del
algo y empezaba uno a lamer el artesanal helado, el cual terminaba convertido
en una baba negra muy poco provocativa.
Rara vez teníamos acceso a frutas
como peras, manzanas, duraznos, uvas, melocotones o fresas, y en cambio en los
potreros donde después construyeron barrios como La Camelia, Sancancio o
Palermo encontrábamos matas de uchuva y moras silvestres; lo que sí teníamos
prohibido comer eran los lulos de perro y el temido ‘tapaculos’. Otras frutas
no las volví a ver por poco comerciales: Mamey, chachafruto, jaboticaba, pomarrosa,
pepino de agua, ciruela criolla. Algunas por escasas: Badea, mangostino,
chirimoya. Hoy disfruto de los sabores y aromas de las frutas, además porque
son saludables. Igualmente mis amigos finqueros nunca olvidan traerme remesas
con productos de sus parcelas.
Disfruté mucho al rescatar el sabor
del mamoncillo, desde hace tiempo
perdido en mi memoria. Los encontré en una venta callejera y comí hasta que me
toqué con el dedo. ¡Deliciosos!
1 comentario:
Es asombroso saber que existen personas que no comen verduras dizque por no comer "paisaje"; la variedad de sabores de las verduras es inmensa y la combinación en una ensalada es infinita. No entiendo una sentada a la mesa sin vegetales, como complemento de las diferentes carnes, que entre nosotros, dicho sea de paso, no hay mucha variación: res, cerdo y pollo, cuando en hortalizas usted puede llegar a los 30 o 40 sabores.
Todo eso sumado a lo importante que son en la dieta normal.
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