En el periódico me entero de que
tramitan una licencia para explotar minería de oro en la vereda Gallinazo, en
las goteras de Manizales. Me dio repelús, escaramucia y se me pararon los pelos
del pescuezo ante semejante despropósito; no quiero oír hablar siquiera de
mancillar esa hermosa región. Ya trataron de meterle el diente al proyecto
Tolda fría, más arriba hacia el páramo, para lo que por fortuna se unieron
fuerzas cívicas que pusieron el grito en el cielo. Frailes se llama el proyecto
de turno.
Después de leer la nota reviví las
imágenes de los desastres ecológicos que causa la explotación minera. Por la
troncal de occidente, después de Tarazá hacia la costa, había extensas sabanas
con árboles majestuosos bajo cuya sombra el ganado cebú buscaba evitar las
altas temperaturas. Pasaron varios años y cuando volví a recorrer esa ruta me
topé con un paisaje desolador. Las paradisíacas sabanas estaban convertidas en
desiertos y donde había postes de la luz, se veían los montículos de varios
metros que revelaban la profundidad de la herida causada a la tierra. Tras
lavar la capa vegetal solo quedaron cascajo y algunas malezas, y por los ríos y
quebradas, debido al color de la greda, parecía fluir sangre en vez de agua.
Recordé también los daños causados
al río Dagua, localizado entre Cali y Buenaventura, por el mismo sistema de
minería de oro a cielo abierto. Al buscar en internet encontré una fotografía
de satélite que deja ver una vasta región de lo que otrora fue un hermoso y
caudaloso río, convertido en una extensión de cráteres similares a los causados
por un intenso bombardeo. El cauce del río es indefinido y muy poca agua corre
por entre esos montículos de piedras y pantano. Asombra ver el poder destructor
del ser humano.
Desde que tengo uso de razón he
sido un enamorado de la región de Gallinazo. Muy pequeño acompañaba a mi mamá
al vivero de Tivita, una adorable anciana que atendía a la clientela con una amabilidad
encantadora que provocaba volver a visitarla; allá mismo comprábamos quesito
campesino. En la actualidad aprovecho cualquier oportunidad para recorrer la
vereda y cuando observo el hermoso cañón desde la carretera, pocos metros
después de la zona industrial de La Enea, me digo que es muy similar al valle
de Cocora, en el Quindío. Unos fértiles potreros flanqueados por montañas
majestuosas de bosques de niebla y por cuyo centro corre un río cristalino
cuyas aguas bajan del páramo.
La diferencia está en que allá hay
muchas más palmas de cera y que gracias a una vehemente promoción turística el
lugar es frecuentado por miles de visitantes, aunque esa situación no la
envidio porque el día que hordas de turistas invadan nuestra vereda la
tranquilidad y la magia del entorno se pierden. Por ahora que se larguen con el
proyecto Frailes para otra parte, ojalá bien lejos de aquí.
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