En 1995 conocí a Wadis Echeverri
cuando yo participaba en un programa radial, en Caracol, y una tarde se
apareció en el estudio para que le hiciéramos bulla a una campaña que adelantaba
para el Concejo de Manizales. Vestía un overol con letreros en pecho y espalda
que publicitaban su aspiración; esa fue toda la inversión, porque no tenía más
recursos y además sabía que nadie financiaría su campaña. Creo recordar que los
votos logrados no le alcanzaban ni para ser nombrado ecónomo de su hogar. Pero
hizo el ejercicio y logró que oyeran su mensaje, que era lo que le interesaba.
Después visitó el estudio de la
emisora con cierta frecuencia para llevarnos ‘El Correo de los Carrapas’, una
revista que de manera quijotesca ha publicado durante muchos años para difundir
su mensaje cívico y cultural. El Comandante Carrapa, uno de sus seudónimos, es
ante todo un poeta. Nació en Filadelfia, Caldas, donde ha pasado la mayoría de
su existencia en una casa rodeada de árboles y vegetación, con pájaros, mariposas,
frutas y flores. Siempre con Marta, su compañera inseparable, y Violeta, la
niña de la casa.
A mediados del año 2000 lo invité a
un programa que hicimos en Telecafé, en el que entrevistaba personajes
destacados del Eje Cafetero (excepto políticos, reinas, cantantes y farándula
en general). Como debíamos conversar largo y tendido para enterarme de su vida,
llegó a mi casa una tarde cansado y sudoroso. Le pregunté cómo viajó desde el
pueblo natal y respondió que en su medio de transporte preferido, un par de
botas de cogedor de café que calzaba orgulloso. Que arrancaba a pata por la
carretera y a los pocos minutos lo recogía un jeep de trasporte público,
sabedor el chofer de que era gratis porque el poeta nunca carga dinero.
Después de las presentaciones, procedió
a entregarnos un regalito y sacó de una mochila que cargaba tres guayabas
dulces cogidas en un árbol a la orilla del camino; entregó una a mi mujer, otra
a mi hijo y la tercera para mí. Ese detalle nos pareció de un simbolismo
maravilloso, tal vez porque nos hizo ver que la vida está hecha de cosas simples.
Iniciamos la charla y me di cuenta de que Wadis es un maestro de la palabra, un
poeta innato. Le pregunté el origen de su nombre y dijo que a su papá le dio
por ponerle a los hijos nombres que empezaran con la W, y que a él casi lo
bautizan Willis.
Durante una etapa de su vida vivió
en La Dorada, donde fue director de la “Casa de la cultura, ‘sin casa’, del
Magdalena ‘miedo’”; porque no tenían sede y los eventos culturales se realizaban
en un pequeño ágora improvisado en una plaza pública. A causa de la violencia
que se vivía en la región, el poeta fue amenazado de muerte. Entonces consiguió
un sobrero aguadeño con una cinta con los colores de la bandera nacional, con
el fin de hacerse visible para que el sicario no fuera a equivocarse y le
quitara la vida a otra víctima inocente.
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