Cómo vivirían de bueno los cavernícolas sin preocuparse a
todo hora por conseguir plata. Claro que tenían otras cabeceras, como ser
exitosos en las cacerías, defenderse de las fieras, mantener encendido el fogón
o apertrecharse de pieles para confeccionar buenas pintas, pero no necesitaban
bolsillos porque no existían los billetes; mucho menos cédula, licencia de
conducir, libreta militar, tarjetas de crédito y demás ‘papeles’ que cargamos
en la cartera. Todo se conseguía por medio del recurrido ‘cambis cambeo’,
modelo de transacción que nació cuando uno de los primeros humanos negoció con
otro el cambio de un garrote por un collar de premolares.
Dice la historia sagrada que cuando despacharon a Adán y Eva
del paraíso, por díscolos y ambiciosos, fueron condenados a laborar por el
resto de sus días para procurarse el sustento. Para colmo de males criaron a los
muchachitos como si todavía vivieran en el edén y por eso ninguno de los dos
sirvió para nada; el uno le echaba candela a lo que encontraba para hacerle
ofrendas al Creador, mientras el otro pasaba el día dedicado al ocio y a fumar
porquerías. Y claro, terminaron mal las criaturas, mientras los taitas debieron
vivir en función de producir para tener algo que echarse a la boca.
Con el paso del tiempo la situación de los humanos es similar,
con la condición inmodificable que empeora día a día. Porque aquellos primeros
habitantes del planeta se defendían con los productos básicos para alimentarse,
pero a medida que avanza el calendario las necesidades son infinitas gracias a
una sociedad de consumo que nos obliga a tener dinero para suplir cualquier
necesidad. Toda acción que quiera realizarse tiene un costo y si por casualidad
dicen que es gratis, cuente con que de alguna manera se la cobran.
Desde chiquitos nos refregaron la leyenda del rey Midas para
prevenirnos acerca de la ambición desmedida, además de los relatos relacionados
con de la búsqueda de la piedra filosofal, con los que quisieron advertirnos
del demonio que representa la codicia extrema. Pues de nada sirvió porque hoy como
nunca se rinde culto al vil metal, la mayoría de los mortales viven en función
de atesorarlo, el afán por conseguirlo no tiene límites, la avidez es un barril
sin fondo.
Nunca he sido propenso a tantas corrientes y modos de vida
que existen en la actualidad, hasta que me enteré del conocido como ‘Bajo
consumo’. Uno de sus principales activistas es el expresidente uruguayo Pepe
Mujica, quien aclara que no se trata de una apología de la pobreza sino de la
sobriedad. El consumismo desmedido esclaviza a las personas, es adictivo y las
convierte en máquinas del despilfarro. Pocos son conscientes de que al adquirir
un producto no pagan con dinero, sino con el tiempo de vida que gastaron para
conseguirlo. Tiempo precioso que pudo dedicarse a disfrutar de la existencia y
del cual no puede recuperarse ni un segundo. La vida es solo una, y muy corta
por cierto.
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