Nada más sagrado que la salud,
porque sin ella no puede disfrutarse la vida; mientras unos pasan su existencia
sanos, otros debemos bailar con la más fea. Eso sí, sin importar los males que padezcamos
toca enfrentarlos con estoicismo y buena actitud, porque lo contrario nos
amarga la existencia y mortifica a familiares y allegados.
Gracias a la tecnología la medicina
ha avanzado mucho, lo que aumenta nuestra expectativa de vida. Claro que
requiere grandes inversiones y por ende es costosa para el usuario, por lo que
la mayoría dependemos de la salud pública, atención que cada vez se complica
más debido al desgreño administrativo que presenta. El paciente con urgencia de
atención debe enfrentar trámites y dilaciones que aumentan su angustia; aunque
tanta tramitología se debe en parte a que los colombianos somos tramposos y
marrulleros, y eso genera desconfianza.
Por mucho que reniegue uno del
sistema de salud, el día que le diagnostican una enfermedad de alto costo se da
cuenta de sus bondades. Tratamientos sumamente onerosos son asumidos por la EPS
sin ningún costo para el usuario; seguro debe hacer filas, esperar horas, pasar
rabias y enfrentar inconvenientes, pero al final puede ser la diferencia entre
vivir o morir.
Yo le he salido caro a la salud
pública; si recibiera lo que me han invertido, nadaría en la abundancia. No más
el cáncer y sus tratamientos, los cuales son invasivos y dañinos, pero que con
algo de suerte pueden aplazarnos el momento de ‘fruncir cagalera’; digo dañinos
porque así como combaten la temible enfermedad, joden el resto de sistemas del
organismo y toca tomar medicamentos para que funcionen. Claro que, en honor a
la verdad, todavía puedo parpadear sin ayuda de pastillas.
A lo que tenemos aversión la
mayoría de las personas es a ir a templar al hospital; estar enfermo es muy
maluco y peor si es por fuera de la casa. Recientemente fui internado en la
Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de Caldas; sus instalaciones son 5
estrellas y ni hablar del profesionalismo y la amabilidad de quienes allí
laboran. Sin embargo, la experiencia es traumática porque allá van los casos más
delicados; verse uno conectado a esa cantidad de aparatos, con las alarmas y
sonidos correspondientes, es bien estresante. Cada que entra una enfermera es a
inyectarlo y debido a que las instalaciones no tienen visual hacia el exterior,
el tiempo parece estancarse.
Cuando durante la noche logra uno
dormirse, lógicamente medicado, llega un técnico a hacerle una placa de tórax;
más tarde lo despierta la que viene a chuzarle la arteria; y a las dos horas
aparece otra a tomar la temperatura y preguntarle si ha dormido bien. Lo peor
es a las seis de la mañana cuando proceden a bañarlo dizque porque van a
entregar turno; como los taxistas.
Uno criado en una cultura bien
púdica, verse en pelota mientras dos muchachas lo restriegan por todas partes,
le abren las patas como a un pollo asado y le jabonan las vergüenzas, es algo
francamente embarazoso; aparte del pegote en que lo dejan porque después de
secarlo lo embadurnan con cremas y aceites. Debido a tantos medicamentos la
digestión se frena y entonces la tratan para que funcione, lo que ocasiona una
avalancha que preciso se viene durante la noche. Qué humillación amanecer cagao
hasta el cuello, mientras el abnegado personal limpia y cambia ropas; ahí no
queda sino hacerse el que está en estado de coma.
2 comentarios:
Pablo: yo también tuve la "fortuna" de pasar por una UCI y disfrutar de todas las ventajas que te da ser uno de sus habitantes; es uno de los peores recuerdos que tengo y no se lo deseo a nadie.
El comentario anterior no era anónimo, pero no supe como firmarlo: JuanCé
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